
Anoche saltaba una noticia de lo más sorprendente que, sin embargo, no me pilló en absoluto por sorpresa. El portal GamesIndustry publicaba que Activision Blizzard había iniciado los trámites para cerrar todas sus oficinas editoriales en Europa, incluyendo en la operación las sucursales de España, Alemania, Francia, Holanda y recortando personal en Reino Unido, donde parece ser que se va a reorganizar la central europea de la compañía.
Como digo no me pilló por sorpresa, a lo largo de los últimos años he conocido trabajadores de Activision Blizzard que no estaban precisamente contentos con el trato recibido y a los que la sombra del despido llevaba acechando desde hacia meses. Por todos es sabido la buena salud financiera de la compañía, goza de franquicias de éxito como Call of Duty, Crash Bandicoot, Spyro the Dragon o las fortísimas IP’s de Blizzard como World of Warcraft, Overwatch o Heroes of the Storm. Y que nadie olvide Warzone, el battle royale F2P de COD que ha resultado ser una mina de oro. Uno podría pensar que en una empresa con nuevos récords de beneficios año tras año puede estar tranquilo por su puesto de trabajo, si la maquinaria funciona y los jefes están contentos, ¿para qué temer?
Sin embargo la directiva de la compañía tiene una opinión muy distinta. La pandemia de covid ha obligado a las empresas y usuarios a adaptar e incluso cambiar sus rutinas de consumo. El distanciamiento social y el confinamiento ha provocado que el proceso de digitalización de la industria del videojuego aumentase su velocidad de forma exponencial, relegando a las ya famélicas tiendas físicas de videojuegos a una muerte segura. Compramos más en digital, nos vemos expuestos a más y mejores campañas de publicidad en redes sociales e internet que en nuestro día a día en la calle. Si nuestros hábitos de consumo cambian drásticamente, es razonable pensar que las compañías se adapten a ese cambio.
Dicho y hecho, Activision Blizzard sabe que ya no son necesarios grandes eventos de presentación, asistencia a ferias con ostentosas presentaciones ni nada por el estilo. La industria del videojuego ahora trabaja, mayormente, desde casa. Y si bien en el desarrollo de videojuegos esto puede suponer problemas, creo que no lo es tanto en los demás campos de trabajo del negocio. Contabilidad, finanzas, relaciones públicas, marketing… Muchos de esos trabajos apenas necesitan de un ordenador conectado a internet, por lo que mantener oficinas resulta un gasto un tanto absurdo. Si además a raíz de la pandemia se lanzan menos juegos, los costes de marketing y publicidad disminuyen sustancialmente, ¿para qué mantener a todos esos empleados en plantilla si, pese a tener beneficios récord, su carga de trabajo ha disminuido? ¿No sería más fácil delegar esas escasas nuevas campañas de publicidad a agencias externas?
Como comenté ayer con los demás miembros de la redacción, a nivel logístico, los movimientos de Activision tienen todo el sentido del mundo. Incrementar beneficios a la vez que se reducen costes. Sinceramente, creo que el grueso de usuarios de los videojuegos vería con mejores ojos todos estos movimientos, lógicos desde un punto de vista mercantil, de no ser por la mala fama creada por el CEO de la compañía y sus millonarios bonus de productividad. Robert Kotick se embolsó ya en 2019 un bonus de 40 millones de dólares, lo que suponía un aumento de sus ingresos superior al 20%, cuando el resto de empleados de rango medio apenas recibió subidas menores del 10% de su salario, y otros tantos fueron despedidos tal y como informó Bloomberg.
Si esas cifras ya causaron conmoción entre los usuarios, las de este año son todavía peores. A escasos días de cerrar el año fiscal de 2020, sin duda uno de los peores años que la economía puede recordar en toda la historia, Activision no solo reporta unos beneficios de escándalo, sino que encima, tras varias oleadas de despidos, su CEO va a cobrar la absurda cantidad de 200 millones de dólares de bonus. No en vano ha logrado todo un hito, cuando Kotick entró en la compañía ésta cotizaba a 32 dólares la acción. En su contrato figuraban una serie de bonus a los que podía acceder si lograba incrementar el valor de la compañía en bolsa. A día de hoy las acciones de Activision cotizan a 90 dólares, prácticamente el triple que cuando Robert Kotick entró. Así que podemos concluir que sí, ha cumplido con la cláusula y por tanto es justo que se le pague dicha cantidad. La cuestión es: ¿es este el tipo de negocio que queremos en nuestro sector?
No voy a decir nombres, pero he llegado a conocer a decenas de artistas, diseñadores y programadores de videojuegos, alguno incluso ha llegado a un gran estudio como Naughty Dog. Tienen el trabajo de sus sueños, pero no hay semana que cumplan sólo sus 40 horas estipuladas por contrato, y los salarios no van en absoluto acordes al trabajo desempeñado y a los beneficios reportados por sus respectivas empresas. ¿Nos parece justo que un programador cobre unos 1300-1500 dólares al mes tras crear éxitos que generan miles de millones de dólares de beneficios? ¿No sería más justo repartir de forma más equitativa ese dinero con salarios más dignos y mayor personal en plantilla para evitar el crunch?
No sé. Cómo decía, a nivel empresa la gestión de Activision Blizzard es encomiable, y a buen seguro le sigan otras tantas compañías con numerosos despidos y reestructuraciones, pero creo que el sector del videojuego cada día se parece más a cualquier otro en el que el dinero manda, manda muy por encima de la salud y el bienestar de unos trabajadores que se ven en la calle en plena pandemia mientras su jefe alquila un tráiler para transportar todo su puto dinero.